Bar de René: Sin querer queriendo, en el Barrio Italia
No sospechó este bar que en algún momento sería parte de un barrio de moda, el Barrio Italia, reconocido hoy por sus galerías con cuidados cafés y restaurantes en manos de reconocidos chefs.
Y no soñó que compartiría vereda con una fábrica de pasta y helados italianos a los que los críticos gastronómicos les reparten estrellas.
En ese ambiente se sumerge estoico hoy el Bar de René, fiel a sus comensales de siempre, esos que peregrinaban en 1996 en busca de cervezas Escudo de litro y almuerzos, y los nuevos, que llegan por sus cervezas de litro pero también por las piscolas y la música en vivo, ya de noche.
Porque aunque ha funcionado en forma interrumpida el Bar de René no siempre fue como es hoy.
Cantina de las 10 AM
Cuando el Bar de René partió, era un lugar mucho más diurno que nocturno. De hecho, lo que mandaban ahí eran sus almuerzos bien caseros y una barra que funcionaba como cantina desde temprano en la mañana para atender a los parroquianos del barrio.
Y claro, Barrio Italia no existía como tal y lo que había en el sector no eran más que almacenes, botillerías, locales de venta de pollos asados, una parrilla de mala muerte a la vuelta, una pastelería famosa por sus empandas, el Puerto Perú de la calle Condell y poco más.
Eso y la variedad de talleres mecánicos, un sello del sector que se resiste a desaparecer. De hecho, hasta la actualidad hay un taller al lado del bar.
Bar con pantuflas
Dicen que fue una mezcla de factores la transmutación de diurno a nocturno a fines de la década del 2000. Por un lado, el negocio de los almuerzos no prendía demasiado y, por otro, empezaron a llegar estudiantes de algunas universidades e institutos cercanos con hambre y, sobre todo, mucha sed.
Ahí fue cómo el Bar de René prendió en su faceta nocturna, con menos comida y más alcohol.
Con eso y, también, con más música, porque aunque nadie sabe bien desde cuando, en algún momento se armó un escenario en la parte trasera del local por el que en ocasiones pasaban algunas bandas.
A eso hay que sumarle que al haber cable, se veían partidos de Copa Libertadores a mitad de semana. Y así, iban apareciendo más y más parroquianos con ganas de beber por poca plata, ver fútbol (o videos de MTV, en tiempos en que ese canal se hizo famoso con sus VjJs).
Y de tanto en tanto ver, se aparecía una banda en vivo, con rock, mucho metal y muchos hombres. Sí, porque se trataba de un local eminentemente masculino.
Bar de precios bajos
Poco queda ahora de los parroquianos que partían el día con una caña de vino en la barra del Bar de René. Ahora la rutina parte a eso de las 5 PM y, prácticamente, cada noche hay una tocata. Algunas veces la entrada es liberada y otras, se paga.
Se llena fácilmente (dicen que hace unas 150 personas) para escuchar tocar a bandas, algunas más conocidas que otras, pero jamás bandas de covers, que están vetadas en este lugar. Así, han pasado por este lugar Los Peores de Chile, Angelo Pierattini, Los Pendex e, incluso, Ángel Parra Trío.
En la parte de adelante, en la barra y siempre con otro set de música muy rockero, corren las cervezas de litro y las piscolas con baranda, con precios bajos y la gente lo agradece con fidelidad, porque aunque ya no se ven los viejitos de la caña de vino de antaño, los parroquianos -y parroquianas- del Bar de René son muchos.
Desde las 5 PM empiezan a llegar los primeros bebedores. De hecho, hay ocasiones en que tienen que cerrar la reja de la entrada porque no cabe nadie más adentro.
Cuando Manu Chao se quedó afuera
Paradójicamente, se puede decir que en este sitio todos caben. Porque a pesar de su fama de rudo, acá es posible encontrarse con todo tipo de público, desde universitarios hasta vecinos del sector u oficinistas que se sacan la corbata al caer la noche.
También llegan directores de agencias de relaciones públicas, dueños de otros bares y en realidad lo que uno se imagine. Todos son bienvenidos y se someten a las reglas del boliche. Como Manu Chao, que cuenta la leyenda alguna vez se tuvo que quedar afuera porque el local no daba más de lleno y había cerrado sus puertas.
¿El René “barrioitalizado”?
Tras su transición de diurno, el Bar de René tomó un poco el perfil de otros boliches algo rudos de la época como los cercanos El Crucero o El Astronauta.
Se trata de lugares donde no pocas veces vimos llegar el amanecer al ritmo del alcohol y la música; y que en algunas ocasiones vimos llegar también a Carabineros. Eran años duros, que en el caso de varios boliches terminaron con los negocios cerrados.
Sin embargo, siguió con su evolución hacia lo que es hoy, un sitio importante para las bandas nacionales más rockeras y con algunos mínimos refinamientos que ni los habríamos imaginado veinte años atrás: cervezas artesanales, variedad de gin y vodka, Jägermeister, algunas botellas de espumante y hasta la posibilidad de pagar con tarjetas (aunque se sigue con la sana costumbre del “servido y pagado”).
Además, ha habido mejoras en la infraestructura. Los baños son más luminosos e higiénicos que años atrás -incluido un notable posavasos colectivo encima de los urinarios del baño de hombres-, se renovaron los televisores y la barra está fija, lo que contrasta con décadas pasada cuando solía ceder ante el peso de los parroquianos tratando de ordenar un trago más.
Y aunque sigue siendo algo oscuro, en sus paredes hay algunos elementos decorativos como banderines, afiches y radios antiguas. La amplificación también ha mejorado considerablemente y desde hace un tiempo se ponen mesas afuera, en la vereda, algo que nunca nos habríamos imaginado que pasaría en este lugar.
Ahora bien, estos upgrades no significan que el bar se haya “barrioitalizado”, como tantos otros negocios del sector, pero sí que ha sabido avanzar junto al paso de los años. Y tal vez por ahí está la clave para que siga existiendo hasta la actualidad.
Un lugar auténtico
Si Santiago en algún momento cayera en la fobia a los turistas que ya se ha instalado en otras ciudades del mundo, seguro que el Bar de René se convertiría en un refugio para los santiaguinos que quisieran divertirse sin presencia de forasteros.
Porque mientras en la ciudad cada vez se abren más bares y restaurantes muy parecidos unos a otros, este bar se parece -y se comporta- como lo que es, el Bar de René, un boliche que sin saberlo se transformó en pionero de un barrio que ni siquiera se dio cuenta estaba naciendo.
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