El juicio de los 7 de Chicago: un imperdible drama judicial con grandes actuaciones
Eddie Redmayne y Sacha Baron Cohen encabezan el elenco de la película de Aaron Sorkin que revive un pasaje de la historia estadounidense, cuando en 1969 un grupo de líderes antiguerra enfrentó un complejo proceso judicial.
A mediados de los 60, el presidente Lyndon B. Johnson decidió incrementar el número de soldados estadounidenses en Vietnam, provocando un gran movimiento antiguerra. El mismo que revive en El juicio de los 7 de Chicago, con el proceso que enfrentaron algunos de sus protagonistas.
Una cinta concebida hace más de 10 años por el guionista y realizador Aaron Sorkin, y que, tras su abortado estreno mundial en salas por la pandemia, llega a Netflix con una historia sobre justicia, que tiene como escenario las calles y el Tribunal de Distrito de Chicago.
Pero antes de arribar a esa ciudad y al eje del relato, el público se introduce en el pasaje de la crónica estadounidense donde Johnson dio a conocer que aumentaría el poderío bélico de EE.UU. en suelo vietnamita, reclutando al azar cientos de muchachos.
Chicos entre los 18 y los 24 años de edad que no solo se convertirían en soldados, sino que también en potenciales víctimas. Una decisión política que despertó las conciencias de los jóvenes y estudiantes, quienes en los años 60 hicieron sentir fuerte su descontento.
Entre ellos los dirigentes de Students for a Democratic Society, Rennie Davis (Alex Sharp) y Tom Hayden (Eddie Redmayne), y los relajados líderes del Youth International Party, Abbie Hoffman (Sacha Baron Cohen) y Jerry Rubin (Jeremy Strong).
Acusados por el gobierno
Los mismos que, junto a David Dellinger (John Carroll Lynch), organizaron las manifestaciones pacíficas contra la guerra que se realizaron de forma paralela a la Convención Demócrata de 1968, que terminaron en graves enfrentamientos con la policía.
Incidentes por los que a estos dirigentes los acusaron de conspiración e incitación de la violencia, al igual que Lee Weiner (Noah Robbins), John Froines (Danny Flaherty) y Bobby Seale (Yahya Abdul Mateen II), líder de los Panteras Negras que se encontraba en la ciudad.
Así, con un grupo de ocho acusados, en septiembre de 1969 se inició el juicio donde la Fiscalía General de EE.UU., representada por el abogado Richard Schultz (Joseph Gordon-Levitt), apelaba a la Ley de Rap Brown para obtener una condena de 10 años.
Un escenario que se complicaba aún más con la presencia del juez Julius Hoffman (Frank Langella), quien no ocultaba su desagrado por el grupo de inculpados y por el abogado que los representaba, el especialista en derechos civiles William Kunstler (Mark Rylance).
Con una fiscalía decidida a meterlos en la cárcel, que tenía entre sus testigos a agentes del FBI que se hicieron pasar por manifestantes, y un jurado que claramente los creía culpables, los acusados veían lejano un veredicto que fallara a su favor.
Buen ritmo y grandes actuaciones
Un juicio complejo y poco imparcial que duró más de 150 días, que en la película se transformaron en dos horas de metraje. Para lo cual se omitieron varias de sus jornadas y se tomaron licencias, como acortar el real tiempo de maltrato al que fue sometido Seale.
Decisiones de producción que contribuyeron a darle mayor ritmo a un relato donde también son claves escenas con las protestas -que se intercalan con imágenes reales del choque con las fuerzas policiales- y la relación de los protagonistas fuera de la corte.
Lo que se complementa con un elenco que es tan amplio como sobresaliente; con Sacha Baron Cohen, Eddie Redmayne y Mark Rylance dando vida a personajes complejos y convincentes, que se toman la pantalla en cada una de sus apariciones.
Todo lo que conforma un imperdible ejemplo de buen cine y aleja a la cinta de los habituales dramas legales, muchas veces marcados por una narración compleja y menos atractiva para la mayor parte del público, sin desmerecer la calidad de su historia y mirada fílmica.
Pero además, El juicio de los 7 de Chicago se destaca por revivir un pasaje de la historia marcado por el malestar social. El mismo que, aunque por motivos diferentes, está presente en las manifestaciones que hoy se viven tanto en suelo estadounidense como nacional.
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