Stranger Things está de vuelta y en su mejor forma
La temporada 3 de Stranger Things llega a Netflix fresca y renovada, más centrada en los personajes que en los monstruos que atacan al pueblo de Hawkins. Un buen equilibrio entre terror, suspenso, drama y comedia, con los 80 más presentes que nunca. Alerta de spoilers.
Con la llegada de la temporada 3 de Stranger Things se disipan las dudas. Si algunos pensaban que la tercera parte de la serie —centrada en el pueblo de Hawkins y sus habitantes, asolados por extraños monstruos y enigmas paranormales— podía ser un fiasco, su estreno es un golpe de aire fresco.
Los personajes del relato, los niños y ahora púberes del lugar (más los adultos que los cuidan) ganan en profundidad, mientras que los monstruos se repliegan. Sin desaparecer, eso sí, porque a las terroríficas criaturas que vienen de dimensiones paralelas, se suman los monstruos internos que inquietan a los adolescentes: esos conflictos propios de esa edad.
Los hermanos Duffer, los creadores de Stranger Things, le otorgan una visión más humana a la producción, con Eleven (Millie Bobby Brown) y Mike (Finn Wolfhard) —miembros de la adorable pandilla infanto/juvenil— tratando de pololear entre el miedo que invade otra vez al pueblo y entre los celos de sus amigos que no entienden cómo prefieren estar solos, escuchar música romántica y besarse, antes que compartir y jugar con ellos.
Los adultos también ganan, sobre todo Joyce (Winona Ryder), que de madre acongojada por el sufrimiento de su hijo Will (Noah Schnapp) —”poseído” por los extraños seres en las temporadas 1 y 2— y por la pérdida de su amado Bob, pasa a ser una astuta cazadora en busca de respuestas y soluciones que acaben con la amenaza.
Más ochentera que nunca
Esta tercera parte es la consolidación de la apuesta que llegó a Netflix en 2016 como un homenaje a los 80 (a las novelas de terror de Stephen King y a las películas de Steven Spielberg). Adquiere vida y méritos propios. Ya no es un tributo, una simple mirada nostálgica, sino que se ha transformado en una marca, en una serie ochentera por sí misma.
Esa década sigue siendo el telón de fondo del relato, pero ahora es una ambientación agudizada y sin fórceps. La Guerra Fría llega hasta Hawkins, lo mismo que el capitalismo ultrista de esos años, que se manifiesta con la inauguración de un mall en el centro del lugar.
Para qué hablar de la moda, las costumbres y la música de los 80, que aparecen a cada segundo en la trama. Desde Madonna hasta la ropa de colores flúor estampan su sello en la pantalla.
La historia
Es el verano de 1985 y resulta que la Unión Soviética ha descubierto la existencia de los seres paranormales que invaden Hawkins. Entonces, envían hasta allá a un misterioso agente tipo Terminator en busca de respuestas. Es el siempre inquieto Dustin (Gaten Matarazzo), más un par de aliados los que buscan desenmascararlo.
Es que, en medio de los avatares adolescentes de los protagonistas, la dimensión desconocida que yace bajo los cimientos de Hawkins comienza a despertar. El portal de acceso a ese inframundo, que se creía cerrado, va abriéndose de a poco.
La primera víctima es Billy (Dacre Montgomery), el galancete del pueblo, convocado por esas entidades sobrenaturales para que lidere un ejército maligno y reclute a otras personas. Will, el hijo de Winona Ryder en la ficción (y que fuera el principal blanco de los monstruos y su dominio mental), también empieza a sentir que están de vuelta.
Jim Hopper (David Harbour), el jefe de policía de la ciudad, y Joyce (Winona Ryder) conforman una bonita alianza (¿romántica?) como principales cazadores de estas criaturas, pero también como sus eventuales presas.
Lo mismo que Jonathan Byers (Charlie Heaton) y Nancy Wheeler (Natalia Dyer), este par de jóvenes novios que se las dan de reporteros y tratan de averiguar lo que más puedan sobre los misterios del pueblo.
En síntesis, Stranger Things está de vuelta y en su mejor forma, con personajes asentados, terror y sangre en dosis equilibradas para los fans de esa parte de la historia, bastante suspenso, algo de romance y un ambiente ochentero por derecho propio, sin ser ya un mero homenaje a la cultura pop de esa década.
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