Ir a Las Cruces en Semana Santa suena como una floja peregrinación: un nombre demasiado obvio para una fecha tan simbólica. Más allá del via crucis vial que significa salir de Santiago y moverse al litoral durante este fin de semana, las pequeñas virtudes de este balneario compensan ese motorizado calvario.
Apenas a una hora y media de Santiago, cuando no hay taco, Las Cruces reúne mucho de lo que uno imagina como ideales de un pueblo costero: una playa coqueta y amurallada, calles de tierra, casi ningún edificio, varias mansiones abandonadas, el fantasma de un poeta y enormes empanadas fritas.
Las mejores, si uno pretende almorzar rápido y bien, son las del Delicia (Errázuriz 826), grandes y recién hechas, con un queso que se derrama como lava blanca sobre las manos. Ahí mismo, bajando una cuadra, está la Playa Chica, también conocida como Playa Las Cadenas, siempre tranquila, contenida por un muro de rocas y rodeada de pequeños negocios y restoranes.
Las Cruces: tranquilo y a pie
Si la tarde se diluye en su arena gruesa, comiendo el pan de huevo de sus vendedores ambulantes, el viaje ya estaría pagado. Pero si la inquietud por moverse es superior, hacia el noroeste, en un acantilado que quiebra la bahía, está la famosa Punta del Lacho, destino histórico de amantes y amores, desde donde se obtiene una amplia panorámica del Pacífico. Al atardecer, lógicamente, el lugar se llena y el momento, entre tantas selfies, puede volverse menos santo de lo esperado.
Hacia el sur, en cambio, está la Playa Grande, un arenal que se pierde con la vista, muy ancho también, que no termina hasta Cartagena. Caminar por ella, combatiendo el viento y el apuro, no es una travesía por el desierto sino lo más parecido a una terapia. Cerca está la Laguna El Peral, un humilde santuario de la naturaleza, lleno de senderos, miradores y aves nativas.
Muy cerca, si uno va en auto, está El Tabo y más allá Isla Negra, dos clásicos litorales pero bulliciosos y atochados, que no conviene tanto visitar para quienes pretendan calma e introspección. Mejor, como buenos fieles, es quedarse en Las Cruces, donde podremos resucitar el domingo más livianos, cansados de tanto caminar pero llenos de queso fundido y aire fresco.