La zona del barrio Lastarria y su vecino Bellas Artes han cambiado bastante en los últimos 20 años.
El edificio Diego Portales ahora es el GAM, algo totalmente distinto estética y espiritualmente a su uso anterior. La Radio Nacional ya no existe ahí ni en el dial. El Café del Biógrafo no es ni la sombra de lo que era y los boliches más famosos de la zona ya no son el Berri, el Can Can y Les Assasins.
De las desaparecidas boites y el pool de calle Mosqueto ya nadie se acuerda.
Dicen que ahora esta zona es más para turistas, trendy, hipster, patrimonial… póngale el nombre que quiera.
Todo cambia
Pese al cambio de vecinos y visitantes, hay algo que se mantiene la entrada de la calle Lastarria: ése es el Torremolinos, un bar de barra larga, con una plancha a la vista que se encarga de todos los sánguches que salen contundentes para los comensales, con mesas de melamina empotradas, servilleteros gigantes y dispensadores de mostaza, ají y kétchup.
No destaca por nada en particular, pero lo que sí, es que resiste estoico, con las mismas señoras que atienden de delantal rojo y pañuelo en la cabeza.
Ellas y su dueño, Roberto Opazo, que hace más de 20 años le compró el local a su anterior propietario y se dedicó a dirigirlo y manejar la caja registradora de la entrada, que es digna de un museo.
Comer en el Torremolinos
La carta de este local es básica pero no por eso menos cumplidora. Churrascos, chacareros, completos y todo lo típico de un lugar como éste. También hay platos como porotos, chuletas y cazuelas y sus buenas humitas en estos meses de verano.
Eso y sus copas de vino servidas hasta arriba (“sangrantes”, como decía un antiguo parroquiano), cervezas frías y unas piscolas memorables por lo “cabezonas”.
Lo que está claro es que en el Torremolinos no se viven las modas ni las delicadezas que se han hecho propias en sus inmediaciones. Aquí la gente entra porque tiene hambre, sed o ambas y no para ver a nadie o para “ser visto”. Tampoco para probar la última tendencia en comida o bebida.
Pese a esta suerte de fundamentalismo y resistencia a los cambios, el boliche goza de buena salud. Al almuerzo hay que hacer esfuerzos por encontrar una mesa desocupada y por las noches, los grupos de amigos –de alto tonelaje- abundan.
Y durante los fines de semana, el ajetreo de entrada y salida no para. De hecho, si cerraran más tarde seguro tendrían que sacar a la gente a patadas.
Siempre una parada antes de la casa
No han sido pocos los que a lo largo de los años han hecho del Torremolinos una parada habitual entre su trabajo y el descanso. Así, en los tiempos de la Radio Nacional, que estaba justo al frente, era común ver a Leo Caprile refrescándose la garganta con sus schops y sacándose el hambre de encima con unos completos rebosantes.
Algunas veces lo hacía solo; en otras, pasaba acompañado de colegas radiales como Charola Pizarro o Eduardo Bonvallet.
En los 90, llegaron los actores Felipe Braun y Luciano Cruz-Coke, que se pasaban hasta allá después de las funciones o los ensayos en el teatro Lastarria 90, por la cazuela de vacuno.
Al editor Vicente Undurraga también lo vimos ahí más de alguna vez comiendo y también reclamando porque no le gustaba la música que sonaba por los parlantes del boliche.
El ilustrador cubano Alen Lauzán, cuando vivía en Santiago, solía cerrar sus jornadas laborales en el Torremolinos con sendas cervezas Escudo de medio litro y uno que otro completo.
Y a Sebastián Lelio, cuando era vecino del barrio y aún no se ganaba un Oscar, también se le vía partiendo algún sanguchito a la hora de la once.
Hoy se siguen recibiendo parroquianos en esta fuente de soda hecha y derecha, honesta y original, que es lo más honesto que tiene el barrio.
Torremolinos
Dirección
Lastarria 11
Santiago,
Región Metropolitana
Chile
Teléfono
Horario
Lunes a viernes, 12 PM a 8 PM. Sábado, 12 PM a 5 PM