Por Cristóbal Fredes.
La primera vez que me preguntaron en una disco si quería agregar el 10% de propina sentí extrañeza. Me pasó hace unos meses en el conocido Bar Loreto, de Bellavista, pagando con tarjeta una simple cerveza. Mi lado mezquino pensó “¿por qué?, si sólo me están abriendo una botella”. Pero mi lado desprendido entendió que quizá estaba bien. Que después de todo, así se hace en otros países, como en EE.UU., donde se deja mínimo un dólar por cada trago, y que unos pesos no harían gran diferencia en mi bolsillo y -sumados con los de otros- sí la harían en los de quienes atendían.
Hay toda una zona gris de la propina en Chile. Estamos todavía en transición del modelo anterior, donde cada cual daba la cantidad que quería y la usaba para premiar o castigar, a otro donde asumimos que el 10% es una retribución justa frente a una atención estándar. Incluso, hicimos una ley para exigirlo como sugerencia en las cuentas. Todo, en un contexto de pago cada vez más tecnologizado, que ayuda a que los negocios se atrevan a preguntar más por la propina.
A muchos les molesta que sitios de comida al paso, como el Dominó, pidan el 10% en la caja. Dicen no entender que comiendo algo rápido, muchas veces de pie, se aplique la misma lógica que sentado en un restaurante. Es en parte comprensible, pero esa actitud pareciera no considerar que -aunque velozmente- uno igualmente fue atendido por alguien. Además, siempre estará la opción de responder que no y dejar la cantidad que se quiera.
Cosas singulares con la propina ocurren también en ciertas cafeterías modernas. Como Faustina, en Providencia, donde primero pides y pagas en el mesón, te preguntan si quieres dejar el 10% y después te llevan a la mesa. A algunos les hace ruido, pero la verdad es que el servicio está más o menos estandarizado y les resulta.
Pese a que no reinan los consensos en esto, sin duda estamos mejor que antes. Más alineados con lo que sucede globalmente, a pesar de que en el mundo está lleno de matices y de que también hay excepciones (en Japón no se estila dejar). Y despedirse de prácticas como castigar a un mesero por un vicio del restaurante (una preparación que no nos gustó, por ejemplo) no puede ser sino positivo. ¿Recuerdan al personaje de Steve Buscemi en Perros de la calle, de Tarantino, que decía que por regla no daba propinas? Si lo imaginamos en el Santiago de hace una década, no habría tenido demasiados problemas para practicar su tacañería. En el de hoy no: al menos tendría que responder a cada rato si desea agregar el 10%.