Los nuevos centro de ocio
Antes, a los cafés se entraba por un express o el pastel del día. Hoy, en cambio, son los espacios donde los solteros van a navegar, los universitarios a estudiar, las parejas a conversar y los papás a pintar con sus hijos. Incluso, en algunos se hacen conciertos en pequeño formato. Es el nuevo uso que se les da a las cafeterías.
La abogada Danitza Pavlovic recuerda que hace una década, en Santiago había un solo lugar para salir a tomar café de grano: el Haití, en el Paseo Ahumada, cuenta. Por eso, después de un viaje a París, con su marido, el escritor Cristián Warnken, decidieron abrir un lugar donde la gente pudiera disfrutar tranquila de una taza de té, o se sentara a leer un libro o, simplemente, a pasar el rato.
Así nació en 2003 Mosqueto, la cafetería del barrio Bellas Artes que fue una de las pioneras en ofrecer algo más que café: ahí se podía -y todavía se puede- tomar ese brebaje en un espacio acogedor donde, además, había libros a la venta. Desde entonces, los lugares así se multiplicaron no sólo en Santiago, sino en otras ciudades del país.
Hoy algunos chilenos han ido cambiando el living de su casa por una cafetería, pero no cualquiera, sino de las 2.0, las que tienen valor agregado: las que tienen sillones en vez de sillas, las que ofrecen talleres de pintura o cuentacuentos para niños, las que tienen excelente conexión Wi-Fi y buenos accesos a enchufes (para cargar la batería de los PC) y las que cuentan con una nutrida oferta de revistas y diarios del mundo. Incluso, se ha sumado a su retina aquellas que ofrecen pequeños conciertos, Dj y las que pasan películas. “Los cafés se han vuelto cool y se han convertido en una extensión de la casa”, dice el barista Matías Lama.
Con ambiente familiar
Cuando partió hace tres años, sus dueños llamaron a Rendebú “el primer café hip de Santiago”. Lo hicieron, precisamente, para hacer notar su carácter acogedor, ideal para disfrutar de un café en pareja o con amigos. De hecho, su nombre, en francés rendez-vous, significa “encuentro”. Funciona en una casona de un apacible barrio de Providencia. En verano, la terraza parece de cualquier vecino: fresca, rodeada de maceteros caseros y una silla-columpio desde donde se ven perros paseando. En invierno, en cambio, el mejor espacio para estar es el segundo piso, donde además de varias conexiones para el PC, hay un rincón con cuatro sillones para ver películas. Todos los días se proyectan algunas norteamericanas de los años 30 y 40. Si va este fin de semana vea Náufragos, de Alfred Hitchcock. Acompáñese con una hamburguesa casera de carne y burgol (un cereal de maíz), con lechuga, cebolla morada, tomate, salsa de yogur y pan multigrano.
En la calle El Vergel, en Providencia, existe un espacio similar, pero sin películas y con productos orgánicos: Casa Gaho. Es un café montado en uno de esos antiguos caserones neoclásicos del barrio, donde el antiguo living familiar se transformó en un moderno espacio con sillones y mesas en altura, donde se puede leer mejor el diario. Nadie lo apurará si bebe sólo una taza de café; sólo si usted quiere pida que le traigan algo si le dio hambre. Tienen quequitos elaborados con harina integal y azúcar rubia y otros hechos sin productos lácteos ($ 1.200). Si quiere algo salado, pida las tostadas con palta (algunas mañanas son de tortillas de rescoldo), similares a las que preparaba la mamá en casa.
También en Providencia, se pensó en algo cómodo y de total ambiente familiar. No tiene sillones, pero los niños se pueden sentar a dibujar sobre cualquiera de las mesas, porque en Sabores de Barrio pasan lápices y hojas. No sólo en ese detalle revela que está pensado para niños, sino también en la carta, donde, además de café de grano, se ofrecen smoothies, malteadas con helado ($ 2.900). Fuera de eso, en un espacio habilitado especialmente para ellos, se organizan cuentacuentos una vez a la semana. Por $ 10.000 de consumo mínimo, incluso, le prestan un canastito para hacer un picnic en la plaza frente al local (aproveche este fin de semana que estará más templado).
Si va a este café los viernes, entre las 5 PM y 7 PM, encontrará al frente del local a Baobab, una Combi con cuentos y juguetes de madera. Por una suscripción de $ 7.500 mensuales, los niños pueden llevarse esos objetos y devolverlos a la semana siguiente.
En el centro de Santiago
Mosqueto está en la calle del mismo nombre y sigue siendo un clásico. Hasta allá llegan los habitantes del centro a probar su after eight (café con crema hecha ahí, chocolate y menta) o a recostarse en sus sillones a hojear algunos de los libros en venta. Los puede tomar libremente de las estanterías y si es cliente frecuente, llevarlos a casa.
Pero cerca de ahí, el café en boga se llama Colmado. Está en Merced y es de un español y una chilena. Los vecinos de Lastarria bajan de los edificios para tomar su café destilado gota a gota y a compartir con los extranjeros que siempre pasan por ahí. Aunque los jueves hay jazz en vivo y los sábados un Dj pincha house, el hit de Colmado sucede los domingos: ese día, su dueño, Manolo Aznar, cocina una paella en el patio interior de la galería donde funciona el local y la vende a sus vecinos por $ 6.000 la porción.
Como muchos ya saben de esta costumbre, bajan por ella como si los llamaran a almorzar a la mesa. Este domingo, la paella está lista a las 2.30 PM y puede reservar durante la misma mañana.A cuadras de ahí, cerca del Museo de Bellas Artes, hay otro nuevo lugar donde los vecinos del barrio pasan las tardes de invierno. Pequeño y acogedor, en Leerté hay dos cosas que atraen a los comensales: su generosa carta de tés de hoja (la tetera que alcanza para tres, $ 1.700) y los libros. En sus paredes hay estantes con textos de poesía, arte y arquitectura a la venta (exentos de IVA). También hay una zona de intercambio, donde puede llevar uno e irse con otro. Así, varios aprovechan de conocer gente.
Algunos fines de semana, incluso, pueden ver ahí tocatas nocturnas gratuitas. A comienzos de mes se presentó la chilena Natisú y hoy, a las 9 PM, será el turno de Sineste Trío, que interpreta música instrumental. Plaza de Maipú no se queda atrás. En una vieja casa esquina se instaló ahí en 2012 Coffee Culture, un oasis de café orgánico y recién tostado por su dueño, el californiano Jake Standerfer. No sólo entusiasma la calidad de su grano, sino que su espacio de un ambiente, con largos sillones y sillas de madera, donde es ideal pasársela navegando o tocando el antiguo piano. También está la opción de llevar un vinilo y ponerlo en el tocadiscos. Quédese hasta las 9 PM, porque los viernes a esa hora empiezan sus recitales de blues, jazz o folk. ¿El de hoy? Uno de la uruguaya Melany Martínez, quien mezcla música latinoamericana y poesía. La entrada cuesta $ 2.000.
Pasar la tarde en el Puerto
En Valparaíso, uno de los mejores cafés para pasar la tarde es Puerto Blanco. Ubicado a metros de la Plaza Echaurren, ocupa la planta baja de un ex edificio de bodegas reconvertido en uno de lofts. Es atendido por sus dueños y ahí la música indie no para de sonar. Los sábados y domingos los jóvenes pasan por un brunch, que incluye té o café importado, granola con yogur, jugo de fruta, dos waffles con miel, mermelada o manjar; o muffins y pan batido con huevos ($ 4.800). Algunas veces montan exposiciones temporales, como ahora, que está la de la ilustradora Totó Duarte.
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