Bardo, falsa crónica de una cuantas verdades: el inusual y onírico regreso de Iñárritu a la pantalla
El realizador mexicano, responsable de premiados títulos como El renacido, llega a Netflix con una película extensa, compleja y simbólica, que se centra en un documentalista que se reencuentra con sus raíces.
Aunque su obra se concentra en solo media decena de películas en 20 años, Alejandro G. Iñárritu ha logrado posicionarse como uno de los directores más singulares de su generación, lo que reafirma con Bardo.
El séptimo título de una carrera que inició en su México natal por la década del 2000 con Amores Perros y luego internacionalizó, con premiados títulos como Babel, Birdman y El renacido.
La que lo ha llevado a recorrer diferentes géneros, pasando por el humor negro y la biografía, pero teniendo siempre como eje conductor el drama, el conflicto humano y la tragedia que lo rodea.
Un cine que ha logrado encantar, pero también ser rechazado por parte de la crítica y el público, que acusa al realizador azteca de grandilocuencia y la exageración del simbolismo narrativo.
Por lo que claramente su última cinta, subtitulada Falsa crónica de una cuantas verdades y distribuida con el apoyo de Netflix, no es para sus detractores, por lo surrealista y algo kitsch de su relato.
Donde nuevamente se hace presente la complejidad de la narrativa de Iñárritu a través de la historia de Silverio Gama (Daniel Giménez Cacho), un periodista convertido en reconocido documentalista.
La simbólica experiencia de Silverio
El cual a lo largo de dos horas y media de metraje se sitúa en un “estado intermedio” -como el que los budistas conocen como bardo- de su existencia, entre sueño y realidad, o tal vez vida y muerte.
El mismo que al comienzo del relato deja EE.UU., donde vive y trabaja hace años, volviendo a Ciudad de México por unos días junto a su esposa Lucía (Griselda Siciliani) y su hijo Lorenzo (Íker Solano).
Retorno que lo hace reencontrarse con su identidad, su familia y críticas a su último trabajo, mientras recibe el reconocimiento de sus colegas mexicanos antes de ser premiado en Los Ángeles.
Sin embargo, este retorno es más bien un recordatorio de lo que Silverio fue y lo que es, el periodista que dejó sus raíces por su carrera, pero necesita de su familia, su país y de la historia de este.
El cual enfrenta la vejez como una convulsión, un cúmulo de viajes y recuerdos, mientras se mueve en una mezcla de realidad y ensoñación, cargada de su reproche a su entorno y los medios.
En una cinta ambiciosa, donde Iñárritu demuestra que le da lo mismo el comentario especializado, dejando volar su mirada fílmica a través de una narración con algo de autobiografía.
Un ejercicio de autor que hace de su Bardo una de las piezas más inusuales de su carrera, claramente no para ser vista y apreciada por todos, pero que expone al máximo su caprichosa creatividad.
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