Provocador y violento son algunos de los calificativos que han sido parte de la carrera de Nicolas Winding Refn, el realizador danés que debuta en Netflix con Cowboy de Copenhague.
La serie de seis capítulos con que el cineasta tras Drive y The Neon Demon retorna al streaming tras dar vida a Demasiado viejo para morir joven, el drama criminal para Prime Video de 2019.
Un regreso donde solo se atiene a sus instintos y singularidades visuales, sin importarle mucho la opinión de los críticos -una vez más-, cuyo escenario es la capital de Dinamarca.
Pero al comienzo más bien diferentes lugares en su cercanía -Refn o NWR confesó que el título de su serie lo eligió al azar- por donde se mueve su inexpresiva protagonista.
La que se llama Miu (Angela Bundalovic) y ataviada por un buzo azul se enfrenta a varios ejemplos de figuras criminales masculinas, desde un proxeneta a un psicópata.
La cual carga con un misterioso pasado, donde a los siete años fue vendida por su madre o raptada por extraterrestres, según la versión que ella prefiere compartir con sus interlocutores.
La llegada de Miu a Copenhague
Un personaje de apariencia insignificante que posee un don que llevó a que al inicio del relato la comprara Rosella (Dragana Milutinovic), una madura mujer serbia que quiere ser madre.
Cometido en el que es clave Miu, mientras en el subterráneo de la casa de Rosella su hermano menor maneja un burdel con chicas eslavas obligadas a permanecer en Dinamarca.
Dentro de las cuales se cuenta Cimona (Valentina Dejanovic), quien entabla un vínculo con la protagonista que será gravitante en su futuro encuentro con el psicopático Nicklas (Andreas Lykke Jørgensen).
El que forma parte de una galería de oscuros personajes, que incluye a muchos cerdos, la dueña del Dragon Palace, Hulda (Li Ii Zhang), y Chiang (Jason Hendil-Forssell).
Los que se van sumando capítulo a capítulo a una misteriosa trama, que por momentos deja de lado motivaciones y conflictos para sumergirse por completo en la recargada visualidad de Refn
Donde los ambientes se pintan de azules y rojos, mientras la cámara juega con planos y movimientos, haciendo de Cowboy de Copenhague una pieza tan embriagante como abrumadora.