En esta serie se mezcla todo con tal de entretener. Daybreak llega a Netflix con un paquete completo, que incluye un apocalipsis zombie y un puñado de adolescentes tratando de prevalecer frente a las batalles entre grupos rivales y el ataque de los muertos vivientes, o Ghoulies, sedientos de carne fresca.
El protagonista es Josh (Colin Ford), un adolescente espinilludo que no era ni chicha ni limonada en el colegio y que luego del estallido de las bombas nucleares en California, se transforma en el líder de un pequeño grupo de outsiders que le ayudan a buscar, además, a su novia, Sam.
La serie está basada en la novela gráfica de Brian Ralph y por eso abundan las viñetas y los dibujos sobrepuestos sobre las imágenes.
Además, el protagonista suele hablarle a los televidentes, como también al director de la producción, dándole órdenes y presentando flashbacks para recordar su vida antes del cataclismo, otorgándole un toque entretenido y, a veces, sorprendente a la entrega.
Pero al final, esta mezcolanza de estilos que incluye comedia, algo de drama, terror y hasta un poco de gore que un par de veces lleva a las arcadas, apenas salva. Sobre todo, porque los episodios se alargan sin sentido hasta casi una hora, saturando a quienes buscan más que sentarse frente a la pantalla para ver un espectáculo visual exagerado y algo repetitivo.
Eso, sin contar que sus personajes están bastante estereotipados.
Una serie que si enfocara mejor su luz hacia temas que desliza con liviandad, como la soledad de los adolescentes y el bullying que los acecha en el colegio, podría llegar a un público un poco más transversal.
Buen intento del director Sherwin Shilati y del guionista Ira Madison III, pero no alcanza para divertir a un público más amplio que el adolescente.