Al ser sobrina del escritor Mario Vargas Llosa y el cineasta Luis Llosa, no era extraño que Claudia Llosa se desarrollará profesionalmente como directora y guionista de cine. Un doble papel que jugó en su aplaudida cinta La teta asustada y hoy repite en Distancia de rescate.
La película original con que la realizadora peruana debuta en Netflix y que lleva a la pantalla el libro homónimo con que la destacada escritora argentina Samanta Schweblin debutó en las novelas, repitiendo la mezcla de realidad y fantasía que caracteriza a sus cuentos.
Una cinta realizada en base a un guión hecho en conjunto por Llosa y Schweblin, que fue coproducida por Perú, España, Argentina, Estados Unidos y Chile -donde participaron Juan de Dios y Pablo Larraín-, y además filmada en su mayor parte en el nacional Puerto Varas.
Sin embargo, su relato en la ficción se ambienta en el sur argentino, hasta donde llega la española Amanda (María Valverde), en compañía de su pequeña hija Nina (Guillermina Sorribes Liotta), para pasar el verano en la gran casa que pertenecía a su padre.
Una narración que en sus primeros minutos muestra los árboles y el entorno rural de este sector, mientras se escucha que la misma Amanda, pero con una voz cansada, habla con un chico, David (Emilio Vodanovich), sobre la sensación de tener gusanos sobre su cuerpo.
La calma de un verano que pronto acabará
A lo que el niño le responde que se concentre, ya que deben llegar al momento exacto en que todo se desató. El minuto en que su vida cambia luego de que llegará a ese rincón rural, rodeado de plantaciones de soja transgénica, y conociera a Carola (Dolores Fonzi).
La atractiva madre de David, quien nació en esa región, pero a juicio de Amanda, por actitud y apariencia, parece una mujer de mundo. Quien se convierte en compañera de la recién llegada en largas tardes junto a la piscina, donde revelan más sobre sí mismas.
Que en el caso de la española es su constante preocupación por Nina, por quien siempre está dispuesta a poner en práctica la distancia de rescate, que es el tiempo o espacio que le tomaría llegar hasta su hija si, por ejemplo, cayera accidentalmente a la piscina.
Y en el de Carola se relaciona con un grave accidente del pasado. El que se comenzó a gestar cuando uno de los caballos que criaba su esposo, Omar (Germán Palacios), se escapó del corral y la obligó a salir en su búsqueda junto a un pequeño David.
Al encontrarlo, el animal bebía agua al parecer estancada, la misma en la que después se puso a jugar su hijo. Unas horas más tarde, el semental fue encontrado agonizando y Carola se dio cuenta de lo peor: lo que bebió el caballo también afectaría a David.
La temores de la maternidad y el peligro del entorno
Desesperada, y consciente de la falta de doctores en el hospital, decidió llevarlo a la Casa Verde, sitio donde habita la curandera local, quien le dijo que la única forma de salvarlo era con una migración, es decir, haciendo que una parte de su alma abandonara el cuerpo.
Desde ese momento, la intoxicación dejó el pequeño cuerpo, pero David ya no fue el mismo, sino que un “monstruo”, como la misma Carola lo califica frente a una conmovida Amanda, quien desde ese momento comienza lentamente a desconfiar de su entorno.
Donde no solamente duda de las intenciones de su vecina, o de su rebelde hijo adolescente, sino que además redobla su vigilancia sobre Nina. Sin embargo, desconoce que el verdadero peligro es el que acecha desde las plantas, los árboles y el agua.
El cual nace de los químicos que después de años de fumigaciones se han convertido en el enemigo silencioso y en el verdadero villano de Distancia de rescate. Una cinta que llama a la reflexión, combinando los peores temores de la maternidad con la contaminación.
Los mismos elementos que son la base de la novela original y gracias al guión de Llosa y Schweblin se transforman en un interesante y conmovedor relato audiovisual, donde el realismo convive con inquietantes momentos de ensoñación o más bien de pesadilla.