Fue un martes, específicamente el 21 de abril de 2015, cuando el cáncer acabó con la vida de Marie, poco después de que la arquitecta argentina le terminara de escribir un diario con sus recuerdos a su pequeño hijo. El mismo que hoy inspira la cinta El cuaderno de Tomy.
Pero antes de ser una película de Netflix, El cuaderno de Nippur -como se llama el texto que María “Marie” Vázquez dejó para su hijo de dos años-se editó y publicó en Planeta, para cinco años después convertirse en imágenes por el director Carlos Sorín.
“Esta es la historia de mi mayor deseo. Un sueño que deseo compartir con mi hijo”, se escucha decir a Marie (Valeria Bertucelli) mientras se ven sus primeras escenas, donde ella juega con un Tomy de muy corta edad y en otras empieza a escribirle.
Pero pronto la dura realidad se hace presente, cuando ella, demacrada y con poco pelo, llega en ambulancia al Centro de Salud Meridiano junto a su esposo, Sebastián (Esteban Lamothe). Acá debe quedar internada, ya que se confirmó que su cáncer se expandió.
Desde ese momento la habitación 216 del hospital se convierte en el refugio de Marie para los meses que siguen. Aquí es donde recibe, casi desde el primer día, la visita de su grupo de buenos amigos y amigas, entre los que se cuenta su más cercana Maru (Malena Pichot).
Y es donde le pide a Sebastián que consiga con una conocida que hace manualidades un cuaderno muy bonito, donde empezar a escribirle a Tomy (Julián Sorín). En él, su primera frase-dedicatoria dirá: “este es el cuaderno que mamá escribió para Tomy chiquito”.
Un drama amable e inteligente
Pero Marie también hace de Twitter una vía de escape, donde comparte sus ideas y forma de enfrentar la enfermedad. Es acá donde queda patente su personalidad única, nunca depresiva y siempre con la alegría y la ironía como sus compañeras.
En la red social se refiere al cáncer como “tener gripe, nada vergonzoso, solo que mil veces peor”, mientras recibe la visita de enfermeras y doctores, entre ellos el jefe médico del hospital, Diego Vigna (Mauricio Dayub), su principal aliado para confrontar lo que se viene.
Porque lo que ella adivinó desde su llegada a ese lugar es que su batalla contra el cáncer había terminado, con este como vencedor; y que las semanas que venían eran para preparar de la mejor forma su partida, con Vigna mitigando el sufrimiento físico.
Una serie de decisiones y momentos que un enfermo como lo fue Marie en la realidad, y cómo se recrea en pantalla, debe confrontar. Y que ella logró encarar con lucidez y humor, aunque para el espectador parezca extraño en un primer momento.
Y el mayor mérito de Carlos Sorín, su realizador y guionista, es lograr que El cuaderno de Tomy nunca caiga en el melodrama fácil. En su relato está presente el dolor, pero de una manera real e inteligente, sin exageraciones ni falsedades.
Para ello, combina el drama con la amistad, un amor incondicional y pizcas de comedia, como cuando descubren que desde su ventana tienen “una gran vista” a otro techo; y con el encanto que posee el pequeño Julián Sorín -nieto del director- al “interpretar” a Tomy.