Al inicio de su carrera como directora de largometrajes, la neozelandesa Jane Campion se tomaba casi tres años entre cada película. Un número que se fue ampliando hasta llegar a los 12 que pasaron entre Bright Star (2009) y su nueva película, El poder del perro.
Una espera que tiene su recompensa, ya que con la cinta basada en la novela homónima de Thomas Savage, confirma su estatus como una de las cineastas más interesantes de su generación, un lugar al que llegó gracias a títulos como Un ángel en mi mesa y El piano.
Y que ahora reafirma estrenando a través de Netflix su mirada al libro publicado originalmente en 1967, que tiene como base de su relato fílmico un guión escrito por ella misma, donde combina la belleza y grandiosidad del entorno natural con la crueldad que puede ejercer un ser humano.
Cuyo relato sitúa al espectador en la región estadounidense de Montana, en 1925, donde los hermanos Phil y George Burbank (Benedict Cumberbatch y Jesse Plemons) manejan con éxito la hacienda ganadera familiar que quedó bajo su cargo hace un cuarto de siglo.
Quienes no solo son diferentes físicamente -el primero es delgado y el segundo es corpulento-, sino que también en carácter, con George más callado y educado, y Phil siempre agudo e hiriente con sus palabras, llamando siempre “gordito” a su hermano.
El inicio de una difícil convivencia
Pero un viaje de arreo a una localidad vecina, para entregar varias cabezas de ganado, los lleva a cenar y pasar la noche en el restaurante y hospedería que la viuda Rose Gordon (Kirsten Dunst) maneja con la ayuda de su hijo adolescente Peter (Kodi Smit-McPhee).
Un inteligente muchacho, de suaves maneras, que se convierte en blanco de la pesadez de Phil y sus hombres mientras les sirve la cena. Un detalle que no pasa inadvertido e incomoda a Rose, pero también hace que el correcto George se acerque a ella.
En el inicio de una amistad que pasará a una relación más profunda, ante la preocupación de Phil, que solo la ve como una mujer en busca de fortuna que podría interferir en la rutina familiar que ha establecido con su hermano, en la que hasta hoy comparten habitación.
Sin embargo, Rose y George se casan y ella se va a vivir a la gran casa de los Burbank en medio de la hacienda. Donde desde el primer momento en que Rose pisa el lugar, Phil, sin rasgo de educación, le deja en claro que le es totalmente desagradable su presencia.
Una convivencia que solamente empeora y empuja a la nueva Sra. Burbank a calmar su desesperación en una botella de alcohol, algo que no pasa desapercibido para Peter cuando llega a pasar unos días, durante las vacaciones que le da la facultad de Medicina.
La inusual preocupación de Phil por Peter
Jornadas durante las cuales en un primer momento el misógino Phil -de quien poco a poco se va conociendo su verdadero carácter- desdeña al chico para luego, tal vez inspirado por lo que él vivió con su venerado mentor, Bronco Henry, tomarlo bajo su protección.
Así, el rudo ranchero comienza a tejerle un lazo de vaquero para que pueda usarlo antes de volver a estudiar y lo hace aprender a montar y acompañarlo en una salida. En una jugada que Phil tal vez realice para molestar a su cuñada o por una opción más personal.
Un inusual gesto que se suma a los pequeños conflictos que van apareciendo a lo largo de las dos horas que dura el largometraje, donde el drama se va “cocinando” a fuego lento, para lograr una preparación compleja y embriagante para el espectador.
Donde el ingrediente principal es la narración contenida y pausada y poco a poco van surgiendo detalles sobre las motivaciones o pasado de sus protagonistas. Lo que no podría haberse logrado sin la dirección que le imprime Campion o el elenco que la protagoniza.
Dentro del que se destacan Benedict Cumberbatch y Kirsten Dunst, como los pilares antagónicos de la trama. Sin olvidar el preciso marco ambiental de El poder del perro: la fotografía de Ari Wegner (Lady Macbeth) y la música de Jonny Greenwood (El hilo fantasma).