Tal como ocurrió en Uruguay, una parte de Canadá y en una decena de estados de EE.UU., el debate por la legalización del cannabis en Francia ha tomado bastante vuelo en el último tiempo. Sobre todo luego de que en junio de este año el Centro de estudios económicos de Francia presentará un estudio que destacó que la legalización de la marihuana podría traducirse en un gran beneficio económico para el país.
Es precisamente esa oportunidad económica la premisa que sostiene todo el argumento de Family Business, la nueva comedia francesa original de Netflix. Es una mini serie creada por Igor Gotesman, con seis episodios de unos 30 minutos de duración cada uno.
La historia
Cuando Francia se prepara para legalizar la venta y consumo de marihuana, Joseph Hazan (Jonathan Cohen) decide que es el momento perfecto para convertir la añosa carnicería kosher de su padre en un nuevo negocio que podría solucionar todos los problemas económicos que aquejan a su familia.
Pero los problemas de su padre (Gérard Darmon) no son sólo monetarios –la carnicería familiar está en quiebra–, pues luego de la muerte de la madre de sus hijos unos años atrás, todo lo que hace no resulta como espera. Eso hasta que de forma inesperada conoce a unos de sus máximos ídolos, el afamado cantante Enrico Macias, que lo invita a fumar cannabis por primera vez en su vida, derribando todos sus prejuicios.
En ese momento comienza una aventura en que padre e hijo y familia deciden arriesgarse y apostarlo todo por crear el primer coffee shop francés, aunque de la tramitación de la ley cada vez hay menos noticias.
Comedia necesaria
Con un primer episodio particularmente lento, Family Business no es una de esas historias que enganchan desde el principio. Pero, pasado un par de capítulos, se vuelve bastante adictiva.
Eso ocurre, en parte, por el buen nivel de las actuaciones de gran parte del elenco, que sólo salta a la vista luego de transcurrida una porción del relato. Luego de una presentación bastante estereotipada de los roles principales, cada uno de ellos comienza a adquirir poco a poco una dimensión algo más humana, y algo más absurda, como es en general el tono de humor de la serie.
Una producción original necesaria, porque trata un tema altamente contingente no sólo para Francia, sino para muchos países en el globo. Que consigue brillante momentos de lucidez en su trama, pero que se queda coja a ratos con una historia con un tono de humor demasiado particular, que a ratos no logra siquiera dibujar una sonrisa en la cara del espectador.
Algo que, de cierta forma, parece un cuento repetido para las producciones de Netflix en este país, pues sus historias parecen no enganchar con el público. Así se suma sólo como un número más a una lista que completan otros intentos algo fallidos como Marsella y Osmosis.