Gracias a películas como La gran belleza o la serie Young Pope, Paolo Sorrentino se ha transformado en uno de los realizadores italianos más reconocibles del último tiempo. Por lo que la llegada a Netflix de su última cinta, Fue la mano de Dios, es digna de destacar.
No solamente porque ofrece la oportunidad a un público más amplio de apreciar algo de la cinematografía europea que a veces solo se ve en las salas de cine arte, sino que además acceder uno de los trabajos más personales del cineasta nacido en Nápoles hace 51 años.
Donde muestra su adolescencia en el puerto del sur de Italia y el pasaje que marcó un antes y después: la muerte de sus padres por una fuga de gas en su casa en la montaña, evento del que él no fue víctima porque decidió ver un partido de fútbol de Maradona.
En una cinta que mezcla sus recuerdos -en su trabajo “más íntimo”- con la singularidad de las situaciones y habitantes que pueblan las calles y casas napolitanas, en una mezcla de biografía con humor y esos guiños a las cintas de Fellini que ya han sido parte de su obra.
La cual se ambienta a mediados de los 80, cuando Fabietto Schisa (Filippo Scotti) vive junto a sus padres, el director de banco Saverio (Toni Servillo) y la dueña de casa María (Teresa Saponangelo), y sus hermanos, Marchino (Marlon Joubert) y Daniela (Rossella Di Lucca).
Pero como toda buena familia italiana, los días de los Schisa se entretejen con los de sus parientes, entre los que se cuenta Patrizia (Luisa Ranieri), tía de Fabietto o Fabie, además de objeto de deseo del jovencito, que a juicio de su marido es simplemente una prostituta.
El “milagro” que salva la vida de Fabie
Un grupo familiar que comparte un sentido del humor bastante particular, que se expone tanto en la casa del protagonista como en el almuerzo para conocer al novio de una de las hermanas de Saverio, que termina con todos bañándose en el mar napolitano.
Pero también aparecen singulares vecinos, como la Baronesa Focale (Betty Pedrazzi), quien vive en el piso superior de los Schisa, y una ciudad-protagonista que se ve alborotada por la inminente llegada de Diego Armando Maradona al equipo local de fútbol.
Un contratación que ayuda a que Nápoles respire aires nuevos y para que Fabie no viaje con sus papás a la casa que tienen en la localidad montañosa de Roccaraso, ya que no se quiere perder el partido del Napoli con Empoli, donde, como él afirma, “Diego me espera”.
Esto lo salva de ser la tercera víctima de una verdadera tragedia, porque no está con sus padres cuando respiran el dióxido de carbono que emana de la chimenea y les roba sus existencias. Un hecho que a juicio del tío abogado del joven fue gracias a la “mano de Dios”.
Una intervención casi divina con el nombre de Maradona y que acá se relaciona con su famosa jugada en el Mundial del 86. Pero la película es mucho más que fútbol, el astro argentino o extrañas situaciones; es esencialmente el paso a la adultez del muchacho.
La que acá es retratada entre drama y comedia, con la fantasía colándose entre los recuerdos de Sorrentino. Donde está presente el amor por su familia y su admiración por Fellini y Antonio Capuano, el realizador que le habló sobre la “importancia del conflicto”.
En la primera autoficción del cineasta, con el sello de Netflix, donde además se destacan las actuaciones de su actor fetiche, Toni Servillo, y de Filippo Scotti, quien se toma la pantalla en el rol de Fabie, transitando verazmente entre la inocencia y la madurez que gatilla el dolor.