Primero, en 1994, un mall fue el escenario inicial de una crónica de jóvenes y psicópatas, para luego, en 1978, un campamento de verano ser el marco de violentos asesinatos. Un correlato de muertes y maldición que llega a su fin en La calle del terror (parte 3): 1666.
La cinta final de la trilogía inspirada en las novelas juveniles de R.L. Stine, que, bajo la dirección de Leigh Janiak, en tanto en su primera como en su segunda parte llevó a los espectadores por una imparable y aterradora sucesión de muertes en Shadyside, relacionadas con la bruja Fier.
La figura clave de una leyenda que en esta parte de la saga revela su historia tal y como fue, dando a conocer los hechos que hicieron nacer su sangriento mito y las consecuencias que tuvo en el futuro de los habitantes de la sombría localidad vecina a Sunnyville.
Y para esto La calle del terror viaja al pasado, específicamente a 1666 y al asentamiento de colonos bautizado Union, hasta donde, luego de reunir todos los huesos de los restos de la supuesta bruja, Deena (Kiana Madeira) es trasladada en espíritu al cuerpo de otra mujer.
Quien es ni más ni menos que la misma Sarah Fier, la que junto a su hermano menor Henry -que tiene la apariencia de su propio hermano Josh (Benjamin Flores Jr.)- ayuda a su padre, George (Randy Havens), con el mantenimiento de su casa y los animales que crían.
La fiesta que lo cambia todo
Una chica que es amiga de otros jóvenes como Isaac, quien es igual a Simon (Fred Hechinger), y Lizzie, que es la imagen de Kate (Julia Rehwald). Pero hay alguien más que es idéntico a otra persona del futuro: Hannah, la hija del pastor Miller (Michael Chandler).
Ya que no solamente es la copia física de su novia Sam (Olivia Scott Welch) -quien en 1994 sigue bajo posesión-, sino que además siente la misma atracción hacia Sarah/Deena. Y junto a esta última es parte del grupo que en la noche de luna llena se juntará en el bosque.
Pero antes de ir a esa reunión, en que “probarán los frutos de la tierra”, Sarah, Hannah y Lizzie pasan por la casa de la Viuda Mary (Jordana Spiro), una supuesta bruja, para conseguir unas bayas alucinógenas; donde además Sarah descubre un libro sobre brujería.
Y es precisamente esa velada bajo la luz de la luna la que marca un quiebre en Union. Al otro día se pudren los alimentos de sus habitantes, se envenena su agua y enloquecen sus animales, y también uno de sus vecinos comienza a actuar de manera muy diferente.
Este es el pastor Miller, quien protagoniza un sangriento acto contra los niños del lugar que lleva a todo los pobladores a dar por hecho que cayeron en un embrujo. Y buscando a quien culpar, en medio de la histeria colectiva, llegan a las figuras de Sarah y Hannah.
El retorno a los años 90
Un momento esencial para que a Sarah Fier la consideren bruja, del cual Deena es testigo y que tiene como culpable a otro personaje clave en el devenir de Shadyside y Sunnyville. Revelación que marca la segunda parte del largometraje cuando este retorna a los años 90.
Donde Deena se unirá a su hermano y a C. Berman (Gillian Jacobs), quien ya se sabe que es realmente Ziggy, en un arriesgado plan para combatir al culpable de todos los males que convirtieron a su ciudad en el centro de los ataques de psicópatas paranormales.
Lo que hace que el relato fílmico pase del drama, el terror sicológico y las muertes de los eventos acaecidos en el siglo XVII, hacia un desenlace pleno de acción, algo de humor negro y bastante del horror gore que ya se desplegó en las dos películas anteriores.
Lo que transforma a esta La calle del terror (parte 3): 1666 en el más que adecuado cierre para una trilogía que vino a darle, a través de Netflix, renovados aires a uno de los géneros con más fanáticos y que cada año ofrece un creciente número de nuevos títulos a su oferta.
Un filme que también recuerda por momentos a títulos del subgénero slasher y a cintas como La bruja y Las brujas de Salem, sin perder su singularidad. Y además incluye una escena en sus créditos finales que tal vez sea indicio de una secuela u otra trilogía.