No podríamos decir que éste es un retorno manso. La segunda temporada de La Casa de las Flores, ya disponible en Netflix, trae un remezón, porque su personaje central, la inefable Virginia (Verónica Castro), ya no está.
Por otra parte, el empoderamiento femenino y otros temas actuales adquieren más relevancia en este melodrama famoso por su humor negro y por las intrigas de una familia disfuncional.
Lo importante para los fans, eso sí, es que los De la Mora, que dan vida a la trama y que administran con poco acierto una florería y una boite, vuelven a la pantalla, enredados en sus secretos, más ahora que la matriarca (Castro) los ha dejado.
El liderazgo del clan lo asume Paulina (Cecilia Suárez), la hija mayor, quien vuelve desde Madrid para hacerse cargo de las estrecheces económicas por las que están pasando y vengarse del responsable de aquello.
Recordemos que el primer ciclo terminó con el robo del patrimonio familiar por parte de uno de los hombres de confianza de la familia, Diego (Juan Pablo Medina), a lo que se sumó la venta de la florería por parte de Virginia, antes de irse para siempre.
Paulina está obsesionada con recuperar el negocio familiar, invirtiendo su energía en remontar el cabaret y recontratar a las drag queens que animaban los espectáculos del lugar, todo para volver al éxito y juntar el dinero suficiente como para adquirir de nuevo la florería.
Mientras tanto, también debe lidiar con los conflictos con su esposa trans María José (Paco León) y su hijo Bruno (Luis de la Rosa), además de atender los amoríos y problemas de sus hermanos Elena (Aislinn Derbez) y Julián (Darío Yazbek Bernal), que suelen pensar poco y mal.
La nueva matriarca se impone, entonces, con su hablar pausado y su ironía a flor de piel. Un personaje que ya era de los favoritos en la temporada uno, pero que aquí alcanza su clímax. Nadie la opaca, a pesar de ser ésta una historia más bien coral.
Color y música
El patriarca, Ernesto (Arturo Ríos), en tanto, ha optado por la espiritualidad, encontrando en una particular secta y en una gurú llamada Jenny Quetzal (la graciosa Mariana Treviño) el alivio a tantos errores que ha cometido en la vida, partiendo por haber tenido una familia —y negocios— paralelos, a espaldas de su esposa y de algunos de sus hijos.
Los colores vivos y saturados siguen llenado la pantalla de Netflix al compás de canciones emblemáticas e igual de sufridas que la producción, como Me cuesta tanto olvidarte, de Mecano, Historias de Amor, de OBK, El Apagón, de Yuri, y Olvídame y pega la vuelta, de Pimpinela, que además da el marco para una de las escenas más hilarantes de esta segunda entrega.
A eso se suman apariciones de personajes icónicos de la cultura pop mexicana, como Salvador Pineda, recordado galán de las teleseries de los 80 y 90, y la cantante Gloria Trevi.
La Casa de las Flores 2 es digna heredera del primer ciclo. Una serie glamorosa y sarcástica que sigue llevando a lo más alto el melodrama, ese género que los latinos llevamos en el ADN gracias a las teleseries. Intensidad le sobra.
Se echa de menos a Verónica Castro, sí, pero Cecilia Suárez sigue encantando con su Paulina, mientras Manolo Caro, el creador de este dramón, consigue seguir dotándolo de los elementos que lo hacen una exquisitez visual.
No sabemos qué sorpresas traerá la tercera temporada, ya confirmada (¿el regreso de Virginia?), pero de seguro hay Casa de las Flores para rato; de momento, ni un segundo de ella es un desperdicio.