Seguramente los ortodoxos encontrarán que esta apuesta no pasa de ser un atrevimiento sin sentido ni gracia. Para el resto de los mortales, Los Últimos Zares es una serie entretenida e interesante en iguales dosis, que mezcla con cierta gracia la ficción y los hechos históricos.
No es serie sobre hechos ficticios ni documental apegado a la realidad, lo que le aporta la sazón necesaria en tiempos de Netflix. Además, tiene todo lo que se le puede pedir a una producción exitosa: drama, sexo, dinero, corrupción, tramas políticas y militares, e, incluso, religión.
La serie, que tiene seis capítulos de cerca de 45 minutos cada uno, parte con la muerte del zar Alejandro III, situación que llevó a su hijo Nicolás II al poder, dando inicio a una historia manchada desde el comienzo por la sangre del pueblo y de su propia familia.
Un hombre que se resistió a los vientos de cambio propios de fines del siglo XIX y comienzos del XX, y que se caracterizó por su poca pericia para gobernar.
Su ineptitud se tradujo en hechos como el “domingo sangriento”, cuando en 1905 la guardia imperial disparó contra manifestantes pacíficos a las puertas del palacio de invierno. Fueron miles los muertos, en una tragedia que causó la posterior rebelión, incluso armada, del pueblo.
La audacia de esta serie se manifiesta en que las escenas que muestran los últimos días de la dinastía de los Romanov se van intercalando con mini entrevistas a distinguidos historiadores de universidades como la College London y la de Texas en Austin (EE.UU.).
Gracias tanto a las actuaciones como al aporte de los expertos, asistimos a un examen bastante acabado de esta etapa de Rusia. Incluso, aquí intentan desmitificar y presentar como un personaje histórico a Rasputín, ese hombre ya legendario que se movió entre la religión, el misticismo, las orgías y las altas esferas del poder.
Los Últimos Zares es un experimento que resulta atractivo tanto para los fanáticos de la historia, como para los seguidores de las series salpicadas de dramas, intrigas, acción y sexo.
Lo que aquí se presenta no es incuestionable. Tal vez haya errores históricos en la producción, pero eso no le resta interés, ni menos entretención.