Dos historias en paralelo: la de Naoufel, un joven medio perdido que cuando niño perdió a sus padres en un accidente, y la de una mano que recorre las calles en busca de la persona de la que se ha desprendido. Así corre Perdí mi cuerpo, un filme de animación para adultos que arribó desde Francia a Netflix con kilos de emoción, poesía y buena factura.
Después de la muerte de sus papás, este chiquillo se aleja de sus intereses: los estudios, la astronomía y el piano. En cambio, debe trabajar como repartidor de pizzas, un camino que lo lleva a conocer a Gabrielle, una chica que lo inspira y enamora, y que lo lleva, sin querer, a encontrar una nueva vocación: la de carpintero.
En un futuro cercano, será su mano, ya separada de su cuerpo, la que cobre vida en un laboratorio y recorra la ciudad tratando de encontrarlo y evocando lo que fuera: una extremidad amable y productiva, suave y útil, compañera fiel que estuvo con Naoufel frente a su piano, en su obsesión por llevar micrófono y grabadora para registrarlo todo y en su deleite tocando cosas cotidianas, como la arena.
Ratas y moscas
El director Jérémy Clapin nos lleva a asumir la perspectiva de la mano, como si ésta pudiera ver, como si tuviera recuerdos, sentimientos, deseos y alma, al fin y al cabo. Vulnerable y ágil a veces, enfrenta un mundo hostil en que debe lidiar con palomas, ratas y autos en su viaje de regreso al cuerpo de Naoufel.
Las moscas también aparecen, un ser insignificante y cotidiano, pero que marcará la vida de este joven en diferentes momentos de su existencia.
Aquí el guión lo es casi todo, una adaptación del libro Happy Hand, de Guillaume Laurant (quien fuera nominado al Oscar por su trabajo como guionista de Amélie).
Otro estilo de animación
A lo largo de la hora y media que dura, la cinta nos entrega drama, romance, algo de terror y un toque de humor negro sin perder el norte.
¿Y el estilo de animación de la película? No es pulcro ni bello, no es Disney, sino más bien oscuro. Los trazos incompletos y las líneas negras que aparecen nos hacen recordar que estamos frente a dibujos a mano y que, por lo tanto, presenciamos un espectáculo onírico y surrealista, cargado de imaginación, poesía y cierta belleza, diferente si se quiere.
La partitura con base electrónica compuesta por Dan Levy completa el cuadro y permite enfatizar los momentos románticos, los de anhelo y pérdida, también los de miedo.
Premiada en la Semana de la Crítica en el Festival de Cannes, vale la pena buscar esta cinta que sale del típico molde de la animación “gringa” o japonesa, con un planteamiento existencial cargado de reflexiones, pero que no por eso deja de ser entretenido.