Justo cuando la serie mexicana Control Z está convertida en todo un hit en Netflix, otra buena producción de ese país llega a posicionarse en la plataforma, la película Ya no estoy aquí.
Es un filme del director Fernando Frías, que estrenó el año pasado y que se paseó por distintos festivales, como el de Tribeca, en Nueva York, y el Festival de Cine de Morelia, donde ganó el premio a Mejor Largometraje Mexicano.
Ahora acaba de llegar a Netflix y desde ya se suma a la lista de grandes películas del catálogo, con esta historia que se desarrolla a comienzos de este siglo en Monterrey.
En un barrio marginal de ese estado del norte del país, un adolescente, Ulises Sampiero (Juan Daniel García), pasa sus días bailando con su amigos, los Terkos, una pandilla que es parte de la tribu urbana conocida como Kolombia.
Llevan peinados estrafalarios -como el de los pokemones chilenos-, visten zapatillas Converse y ropa ancha y adoran una música que no es ni corrido ni ranchera, sino cumbia, de ahí el nombre de esta subcultura.
Pero la que escuchan no es cualquiera: es la cumbia rebajada, que se llama así por su ritmo lento, que se consigue disminuyendo la velocidad de las canciones. Un estilo que nació en los años 60 por el error de un tocadiscos y que se convirtió en todo un fenómeno al norte de México.
Es tan particular como su baile, el que Ulises, Sudadera, Wendy, Isaii, Jeremy y la Negra, sus amigos, practican todo el día.
Una rutina que se interrumpe cuando el joven se ve involucrado en un tiroteo de bandas de narcotraficantes y que lo obliga a salir de México y a emigar a EE.UU.
La tristeza del desarraigo
Así, Ya no estoy aquí se va desarrollando entre Nueva York y Monterrey, donde está la vida Ulises tuvo que dejar atrás forzadamente, como tantos otros mexicanos que se fueron al norte del Río Grande.
Y mientras el adolescente deambula por las calles del distrito de Queens buscando un techo y trabajo, va recordando sus días en México con su pandilla.
Son recuerdos que lo conectan con su tierra, una que aquí se muestra con toda su crudeza, con ciudades empobrecidas y tomadas por los carteles de la droga y donde la falta de oportunidades obliga a los jóvenes a iniciarse en el narcotráfico.
Para algunos, como Ulises, un consuelo en medio de la miseria es esta música aletargada e hipnótica, la que se esucha a lo largo de la película y que subraya la melancolía con letras como “que triste me da la lejanía, estar tan lejos de la tierra mía”.
Es la tristeza y el dolor que no abandona nunca a este joven, la de los desarraigados que emigraron forzadamente y que buscan conectarse de algún modo con sus raíces. Ulises, además, busca su identidad y su lugar en el mundo.
Temáticas que el director ya abordó en su anterior filme, Rezeta (2012), y que aquí trata de manera conmovedora con una historia sin grandes giros dramáticos, pero que atrapa tanto como esa cumbia a bajas revoluciones.