Un paseo por el lado b de la Región de Atacama: Ballenas, humedales, locos y una copa de pajarete
No sólo playas como Bahía Inglesa son joyas de la Región de Atacama. Aquí te contamos dónde avistar ballenas, conocer humedales, y probar pajarete y locos por docenas.
Al hablar de la Región de Atacama en vacaciones, lo primero que se viene a la mente son sus playas, de las mejores de Chile, como Bahía Inglesa y La Virgen. Sin embargo, esa zona del llamado Norte Chico es rica en otros tesoros, todos ideales para recorrer en verano. Ojo con esta selección.
Humedales del Río Copiapó y Carrizal Bajo
Si desde Bahía Inglesa sigues por el camino costero hacia el sur, te vas a topar con otras playas que vale la pena conocer, como Bahía Cisne y Chorrillos, y con un santuario de la naturaleza que está justo en la desembocadura del Río Copiapó.
Esa zona está recuperándose de a poco, porque recordemos que en 2015 el río subió estrepitosamente su caudal, causando gran daño en comunas como Tierra Amarilla y Copiapó y arrasando con todo a su paso antes de llegar al mar.
Vale la pena bajarse del auto y mirar cómo el verde del cachiyuyo y del chañar, y de las totoras y juncos, y el rosado de las florcitas de las chilcas vencen a los tonos tierra del desierto, mientras taguas, garzas, gaviotines y patos, como el gargantillo, nadan y revolotean en la laguna que se forma en el sector.
Lo mismo ocurre unos 70 minutos más al sur, a la entrada de la pintoresca caleta de Carrizal Bajo, donde hay otro humedal producto de la desembocadura del Río Huasco.
Aquí el paisaje es similar, pero más verde aún, con una laguna más extensa, en que se mezcla el agua dulce con la salada de la playa, muy próxima, y con miradores y carteles explicativos sobre la flora y fauna del lugar.
Ahí abundan las taguas pico amarillo, las garzas y unos imponentes cisnes de cuello negro. Si te gustan las flores, no te pierdas las preciosas malvillas, esas de color lila tan típicas de los ambientes desérticos.
Y si andas con alguien conocedor, pregúntale por las sosas alacraneras, unas especies de suculentas que puedes probar, medio saladas y frescas. Las puedes probar, pero ojo con no confundirlas con otras plantas similares.
Pinte y Valle del Río Tránsito
Al interior de Vallenar, se esconde una sucesión de valles, muy parecidos al Elqui, en que se mezcla el verde de las parras con lo seco de los cerros. Un par de caminos sinuosos te llevan a pueblitos que dan gusto, llenos de casas de fachada continua y plazas que brindan la poca sombra que se puede encontrar por ahí.
Más “arriba” del precioso Alto del Carmen está El Tránsito, en que encuentras un curioso tesoro: los helados de nieve, una especie de granizados hechos con escarcha que se impregna de azúcar y canela.
Una tradición del lugar desde hace más de 100 años y que antiguamente, cuando no había refrigeradores, se elaboraba con nieve que se bajaba desde la cordillera.
El que conserva esta costumbre es don Mateo y su local El Cotita, tan conocido por ahí que todos te dirán dónde queda (o al celular 962853181). El vasito cuesta $ 700 y vale la pena probar al menos uno, sobre todo en el verano.
En los alrededores, en un sector que se llama La Arena, puedes hacer un entretenido tour en bicicleta que te lleva a rincones rodeados de algarrobos y chañares, y a mojarse las “patitas” en el río Tránsito, de aguas prístinas y un frescor más que recomendable en los meses estivales.
Los de Indian Valley Explorers son guías expertos en el Valle del Huasco y nada mejor que hacer ese o algún otro paseo con ellos (ivechile.com o al mail steff@ivechile.com)
Más al este aún, se llega a Pinte, un lugar encantador, habitado hoy sólo por un par se familias, en que el azul del cielo hace perfecto contraste con las montañas, áridas, pero llenas de matices en sus colores, que van del granate al amarillo pálido.
Su plaza es un pequeño vergel, lleno de árboles frutales (tunas, damascos, limones sutil) que dan una sombra como robada de un pueblo del sur. A un costado, la iglesia del lugar, hecha en 1873 con adobe y pintada de un llamativo calipso, una que invita a sentarse y observar el paisaje sin apuro y sin conexión a internet.
Un poco más allá, y si tienes suerte, encontrarás abierto un pequeño, pero nutrido museo de sitio donde se exhiben fósiles del jurásico, cretácico y triásico que evidencian parte de la historia de nuestro planeta.
Eso, además de una serie de objetos y vestigios del lugar que dan cuenta de la particular historia local. Como los registros que recuerdan al “gigante de Pinte”, un joven que nació y vivió en Pinte a comienzos del siglo XX y que sorprendió por su estatura: más de 2.40 metros.
Ojo: si encuentras el museo cerrado, pregunta por Gabriel “Gabito” Rivera. Ese vecino guarda como hueso santo las llaves del recinto y siempre que puede accede a abrirlo para que los turistas conozcan los tesoros de ahí.
Pajarete de Viña Armidita
¿Has escuchado hablar del pajarete? Es un vino dulce elaborado con uvas Moscatel bajo el sol del desierto y sólo en las regiones de Coquimbo y Atacama, porque tiene denominación de origen.
Se trata de un producto único, color oro, que ha alcanzado su máxima expresión gracias al esfuerzo de dos hermanas que se hicieron cargo de Viña Armidita, una empresa familiar más que centenaria que se ubica en el sector de El Tránsito.
En el lugar se produce uno de los mejores vinos pajaretes de Chile, con varios premios internacionales gracias, sobre todo, a que en 2010 los Ramírez asumieron el esfuerzo de tecnificar sus vinos, logrando así unir los conocimientos de especialistas de la U. de Chile y la experiencia vitivinícola de la familia.
Este pajarete se hace con métodos naturales. Por ejemplo, las temperaturas en la fermentación se mantienen con corrientes de aire y regando los muros de cemento que mantienen las temperaturas apropiadas. Y eso se nota; al primer sorbo sabes que es un producto singular, con mayor gradación alcohólica lo que permite equilibrar el dulzor.
Armidita también está incursionando en la producción de pisco de alta gama, con un alambique de cobre del que obtienen y envasan “puro corazón“, como se llama la parte de mayor calidad que se obtiene de la destilación.
Si programas una visita con tiempo, las encantadoras y dedicadas dueñas de la viña te recibirán en el lugar para contarte los secretos de la elaboración de sus pajaretes y la historia de este vino tan tradicional de esa zona. Seguro que podrás degustar más de alguno y, también, llevarte un par de botellas a casa a un precio preferencial.
En su web puedes encontrar más información sobre este tesoro del Valle del Huasco.
Chañaral de Aceituno
La gracia de la temporada primavera/verano es que no tienes que viajar hasta el sur austral para ver ballenas. Para eso existe esta caleta apostada en el límite entre las regiones de Atacama y Coquimbo.
Un lugar tranquilo desde el que cada mañana salen decenas de embarcaciones hacia la Isla Chañaral, que forma parte de la Reserva Natural Pingüino de Humboldt.
Camino a la isla, donde habitan chungungos, lobos marinos y los pingüinos que le dan nombre a la reserva, te puedes topar con la sorpresa de avistar cetáceos, ballenas de todas las especies que cada verano (entre diciembre y marzo) pasan por ahí siguiendo la corriente de Humboldt. Un alucinante paseo de un par de horas que no debes dejar pasar.
Para almorzar en Chañaral de Aceituno, hay varios restaurantes donde degustar el gran tesoro gastronómico de ahí, los locos, tan abundantes en la zona que se acaba de organizar el primer festival en honor a ese molusco, certamen que ganó el restaurante Donde la Mary, uno de los más conocidos del lugar.
Otra opción es El Jony (calle Las Lapas 39), un local que abre de lunes a domingo, de 9 AM a 11 PM, y donde el loco es la estrella: lo sirven cocido con papas mayo o ensalada surtida ($ 9.000, una porción de seis bien grandes y blandos), en empanada (ya sea en pino o con queso, $ 2.500 cada una) y también en chupe ($ 8.000), que lleva loco molido y en tiritas, con el queso justo para gratinar.
Si quieres alojar por allá, una buena opción son las cabañas El Español, completamente equipadas (incluso con WiFi y DirecTV), pet friendly y a un valor que parte en los $ 60.000 para dos personas.
La gracia de este lugar, además, es que es atendido por su propio dueño (José Antonio), quien siempre orienta a sus huéspedes sobre qué lugares conocer tanto en Chañaral de Aceituno mismo como en sus alrededores.
Tal vez te recomiende llamar a don Héctor Marín, un conocido líder de la comunidad changa, quien te llevará a conocer uno de los rincones más interesantes del pueblo: la cueva Punta de Rancagua.
Un secreto al que se llega después de una caminata corta, apta para todas las edades, en que don Héctor te va contando los secretos de esta parte de la Región de Atacama. Al final, el premio mayor, una cueva a la que penetra el oleaje del mar y en cuyo interior sólo hay relajo y paz.
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