¿Por qué de pronto —digamos, en los últimos 150 años— nos obsesionamos con la playa como un paisaje de deseo y escape? Durante siglos fue un espacio adverso, la frontera entre lo estable y lo impredecible, zona de piratas, pescadores o poetas, hábitat de aventureros o miserables.
Hoy, convertidas en el sinónimo del verano, muchas playas se han vuelto un artificio, rodeadas de calles y negocios, con parlantes que acallan a las olas y más perros domésticos que gaviotas. Pero hay una, tan cerca de Santiago que es posible visitarla por el día, que todavía conserva cierto espíritu silvestre e indomable, suficiente, al menos, para conseguir la tan esquiva desconexión.
Se trata de Quintay, localidad que en realidad cuenta con dos interesantes playas, ambas lo suficientemente alejadas como para no acumular demasiada gente, pero al mismo tiempo accesibles si uno anda con ánimo y buenas pulgas. Para llegar desde la capital —son apenas 125 kms desde el centro— solo hay que tomar la Ruta 68 y, a la altura del Lago Peñuelas, salir a la F-800.
Alguna vez famosa por su antigua ballenera, donde faenaban hasta 20 cetáceos diarios y que ahora es un impecable museo, Quintay sigue siendo una tranquila caleta de pescadores. Justo sobre los botes hay algunos restoranes —La Caracola es el más recomendado—, todos con vista al Pacífico, aunque si solo hay tiempo para unas empanadas, conviene ir al muy coqueto Barco Ballenero, atendido por su excéntrico dueño.
Dos interesantes playas en Quintay
En cuanto a las playas, hay que decidir: en el extremo norte está la playa grande, a la que se puede llegar directamente en auto, con más de un kilómetro de largo, que tiene un pequeño humedal a un costado y un conmovedor acantilado en el otro.
Sino, en el sur está la playa chica, a la cual solo se llega tras caminar por un sendero en el bosque y bajar una pequeña quebrada. Estrecha y llena de rocas, es una verdadera piscina oceánica, protegida por amables cerritos que invitan a subirlos e imaginar, sin civilización a la vista, cómo era la costa antes de que la degradáramos en playa.