“El mejor escritor de terror que jamás hayas leído”, es la forma en que hace una década el crítico de The Guardian, Damien Walter, definió a Todd Grimson. El novelista del cual se puede conocer parte de su particular creatividad a través de Nuevo sabor a cereza.

La miniserie original de Netflix inspirada en su novela Brand new cherry flavor, que el autor lanzó en 1996 para mostrar la singular historia de una aspirante a directora que busca vengarse de un inescrupuloso productor de Hollywood con la ayuda de un asesino místico.

El segundo de sus tres libros -junto a Within normal limits y Acero-, donde Grimson se atreve a mezclar la búsqueda del éxito con maldiciones y zombies, que tras ser adaptada por Nick Antosca y Lenore Zion se convierte en la singular apuesta visual de ocho capítulos.

La misma que ancla el inicio de su relato a principios de la década de los 90, cuando Lisa Nova (Rosa Salazar) se dirige por la carretera a la ciudad de Los Angeles. Pero poco antes de llegar, pasa por una bencinera para realizar una llamada telefónica a un viejo amigo.

Este es Code (Manny Jacinto) y tuvieron algo más que una amistad hace un tiempo y ahora está dispuesto a acogerla en la casa -un antiguo depósito- que comparte con su novia Christine (Hannah Levien), cediéndole su sillón para que pueda pasar la noche.

El engaño que lleva a la venganza

Un descanso necesario antes de la cita que la hizo llegar a la urbe californiana, donde se reunirá con Lou Burke (Eric Lange), un reconocido director y productor de cine que después de ver el corto hecho por Lisa, Lucy’s eye, la ha citado para hablar de su futuro.

Una reunión donde el cineasta alaba su trabajo y le propone convertirlo en película, con ella dirigiendo. Pero falta el dinero para filmarla por lo que van a una fiesta donde estaría un supuesto inversionista, aunque a quien Lisa conoce allí es a una extraña mujer con su gato.

Un encuentro singular que queda en un segundo plano ante la idea de hacerse un nombre como realizadora, hasta que descubre que Burke hará el largometraje sin ella y además él trata de ahorcarla. Choqueada, la joven se acuerda de la mujer de la fiesta.

La cual en ese momento le había ofrecido “herir a alguien” si ella lo necesitaba. Y ese momento llegó, por lo que Lisa concurre a la casa de Boro (Catherine Keener), como se llama esa persona, y esta le ofrece realizar una maldición al productor a cambio de un pago.

Aunque este último no es en dinero, sino que en gatitos que salen repentinamente de la boca de la chica. En el primero de los inquietantes y sorpresivos momentos que son parte del relato, junto a una enredadera que crece metros en horas o una tortilla de oreja humana.

Una extraña y atrapante apuesta

Elementos que se combinan con un oscuro sentido del humor, como cuando Lisa descubre que la maldición provocó en Burke un hipo constante, que a juicio de Boro puede ser “bastante molesto”, o que a los zombis les gustan los juguetes de goma para perros.

En una apuesta arriesgada, hecha solo para aquellos que se atrevan a navegar en su oscura y retorcida narración, obteniendo como recompensa uno de los momentos de entretención más inquietantes y singulares de la TV, el cable y el streaming de los últimos años.

Donde por momentos aparecen destellos de cintas del cine negro, o instantes y personajes que evocan el trabajo de David Cronenberg y David Lynch; e incluso rituales de vudú y magia negra similares a los que se veían en las viejas películas de matiné.

Sin olvidar otro ingrediente esencial para hacer de Nuevo sabor a cereza una de las más perturbantes y a la vez hipnóticas producciones originales de Netflix: su elenco. En especial la labor de Catherine Keener y Rosa Salazar al dar vida a sus extraordinarios protagónicos.

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